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NINGXIA (CHINA)
abriga la base de las plantas; y en los Finger Lakes,
el efecto moderador de lagos profundos como Seneca,
sumado a la cobertura nival, amortigua los rigores del
invierno.
En Ningxia, en cambio, ese abrigo natural no existe:
el frío es seco, cortante y desnudo. La única solución
es enterrar las cepas bajo tierra cada otoño y desen-
terrarlas en primavera, en un ciclo sin fin que se repite
año tras año. Se calcula que hasta un tercio de los cos-
tes de producción de uva se destinan a este proceso
manual, una práctica muy rara en el mundo vitivinícola
más allá de contadas excepciones en zonas remotas
de Asia central (Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajistán)
y Rusia. Una labor colosal que, paradójicamente, es la
clave para que Ningxia se haya convertido en una po-
tencia vinícola en pleno desierto.
En pocas regiones del mundo el viñedo exige tanta
fuerza humana. Enterrar y desenterrar las vides es un
proceso descomunalmente laborioso: miles de jornale-
ros doblan la espalda en una coreografía repetida año
tras año. Primero se podan las cepas, después se in-
clinan los brazos hacia el suelo (cuyas conducciones
ya son más inclinadas, hasta 35-45º, y rastreras de lo
habitual) y finalmente se cubren con una gruesa capa
de tierra y arena que las protege del hielo. Cuando el
deshielo se asienta en abril, el proceso se invierte: las
cepas vuelven a ver la luz, marcadas por cicatrices pero
con energía renovada.
Aunque hay algunos sistemas de mecanizado parcial,
sigue siendo un trabajo muy laborioso, por lo que se
aplica en aquellas regiones en las que la relación cos-
te–beneficio resulta favorable frente a otras alternativas
(geotextil, calefacción, aspersión): el trabajo manual
aún es más barato que la energía en muchas de estas
zonas. Además de ello, los suelos deben ser sueltos
para permitir levantar y devolver tierra sin encharcar.
Todo este esfuerzo sólo tiene sentido si el resultado son
vinos de alta calidad, por lo que se aplica en las vitis
viníferas destinadas a la vinificación.
Este sistema, que recuerda más a una agricultura de
subsistencia que a un modelo moderno de viticultura,
define por completo el carácter de Ningxia. Aquí el vino
no se entiende sin sacrificio. El propio Estado lo sabe:
miles de hectáreas se han levantado a base de subsi-
dios, planificación centralizada y un ejército de manos
dispuestas a trabajar donde las máquinas aún no pue-
den. Entienden y conocen el valor que el vino infunde
al territorio, incluso en condiciones realmente adversas.
El terroir imposible
Paradójicamente, en medio de este paisaje de esfuer-
zo casi épico, se han reunido condiciones que seducen
a bodegueros nacionales e internacionales. La altitud
(1.100–1.200 metros), la amplitud térmica diaria, los
suelos aluviales del río Amarillo y la insolación constan-
te permiten maduraciones lentas, taninos firmes y un
equilibrio inesperado en un territorio tan árido.
La Cabernet Sauvignon, importada en los años ochen-
ta, reina con holgura en un viñedo que ya supera las
40.000 hectáreas (más del 70% de las plantaciones).
Junto a ella, Merlot, Cabernet Gernischt (variedad local
que ha resultado ser la Carménère chilena), Marselan
(cruce entre Cabernet Sauvignon y Grenache creado
Detalle de la bodega Ningxia con vista a sus viñedos (Concours Mondial de Bruxelles)
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