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PAMPLONA: EL PRIVILEGIO DE LA UNION
el cobre, el chisporroteo del vidrio soplado y el olor a
cuero recién curtido. Es una manera de recordar que
la unidad de Pamplona no solo se selló con tinta y per-
gamino, sino también con las manos que moldearon
su historia.
El Camino de Santiago: la senda que
dio forma a la ciudad
Si hay un elemento que explica el auge y el carácter
abierto de Pamplona, ese es el Camino de Santiago.
Desde la Edad Media, la ciudad fue una de las prime-
ras grandes etapas del Camino Francés tras cruzar los
Pirineos. Por sus calles pasaban mercaderes, peregri-
nos, nobles y clérigos procedentes de toda Europa.
Esa mezcla de gentes y culturas convirtió a Pamplona
en un punto estratégico del comercio y en un cruce de
lenguas y costumbres.
El paso de los peregrinos trajo consigo la expansión
de oficios, el florecimiento de hospitales y hospede-
rías, y la consolidación de su vida urbana. De hecho,
muchos historiadores coinciden en que el mismo es-
píritu de tolerancia que hizo posible el Privilegio de la
Unión tiene sus raíces en la convivencia de aquellos
siglos de tránsito jacobeo.
Hoy, el Camino de Santiago sigue siendo un hilo de
vida que une el pasado y el presente de Pamplona.
Cada año, miles de caminantes llegan a la ciudad
atravesando el Portal de Francia, descansan en sus
albergues y recorren las calles empedradas de la Na-
varrería antes de continuar hacia el Puente la Reina.
Para ellos, Pamplona es mucho más que una etapa:
es un lugar donde la hospitalidad se ha hecho cultura.
El sonido de las gaitas y el olor del pan recién hecho
en los hornos del Casco Viejo acompañan su partida,
como si la ciudad quisiera bendecir su viaje.
Puente de la Magdalena
Interior de la Catedral de Pamplona
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