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HISTORIA, ARTE Y CULTURA
—las cadenas de Navarra coronadas
por una esmeralda— y ordenó la cons-
trucción del Ayuntamiento en el punto
exacto donde se unían los tres anti-
guos burgos. Ese edificio, que aún hoy
preside la plaza consistorial, es un em-
blema de equilibrio y convivencia: en
su fachada barroca resuena, cada 8 de
septiembre, el eco de aquel gesto que
cambió el destino de la ciudad.
El texto original del Privilegio, escrito
en pergamino y sellado con cera roja,
se conserva como una joya histórica.
En él se estipula la abolición de las
aduanas internas, la igualdad de de-
rechos para todos los habitantes y la
creación de un único cuerpo de jura-
dos y oficiales. En suma, el nacimien-
to de una ciudad moderna, abierta y
cohesionada, que poco después co-
menzaría a crecer en torno al Camino
de Santiago.
La fiesta de la Unión: una
memoria viva
Cada año, Pamplona celebra este acon-
tecimiento con la llamada Fiesta del
Privilegio de la Unión, una jornada que
va más allá de la simple conmemoración
histórica. Es un encuentro de identida-
des, una reivindicación de las raíces y
un homenaje al espíritu comunitario.
En la ceremonia oficial, las autorida-
des municipales depositan una co-
rona de flores ante el monumento al
rey Carlos III, y el alcalde entrega una
réplica del Privilegio al cabildo de la
catedral, rememorando el acto funda-
cional de 1423.
Pero lo que verdaderamente da vida
a la fiesta son sus calles. En el Casco
Antiguo, las plazas se llenan de mú-
sica medieval, danzas, teatro de calle
y exhibiciones de oficios tradicionales.
Los artesanos de Pamplona, here-
deros de una tradición que fue motor
económico de los antiguos burgos,
tienen un protagonismo especial. Or-
febres, ceramistas, tallistas, curtido-
res y bordadores muestran sus oficios
al público con la misma destreza con
que lo hacían sus antepasados en los
mercados del siglo XV.
Las asociaciones artesanas, que en
muchos casos mantienen talleres fa-
miliares transmitidos de generación en
generación, ven en esta celebración
una oportunidad para reivindicar su
papel en la identidad navarra. La plaza
de San José o la calle de la Estafeta se
transforman entonces en un pequeño
museo vivo del trabajo manual: allí se
escucha el golpear del martillo sobre
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