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TRIBECA BISTRÓ
Tribeca Bistró
Cocina clásica con alma joven y acento neoyorquino
Texto: Redacción - Fotografía: Tribeca Bistro
En una esquina privilegiada
del centro de Madrid, a un
paseo de Cibeles y la Puerta
de Alcalá, Tribeca Bistró ha
irrumpido con una personalidad defi-
nida y un propósito claro: rescatar la
cocina clásica europea y presentarla
con un aire joven, desenvuelto y acce-
sible. Una propuesta que combina téc-
nica, sabor y un espíritu cosmopolita
que mira a Nueva York sin renunciar a
sus raíces. En pocos meses, el restau-
rante se ha ganado su lugar en la es-
cena gastronómica madrileña gracias
a una fórmula sencilla en apariencia
—buena cocina, ambiente dinámico
y precios razonables— pero difícil de
ejecutar con tanta coherencia.
Un proyecto que nace de
un sueño
La historia del restaurante es, ante
todo, una historia de pasión. Y tiene
nombre propio: Diego Santa Rosa.
Mexicano de origen y madrileño por
elección, Diego creció con la convic-
ción de que su vida estaría ligada a
la gastronomía. Tras formarse en Ciu-
dad de México, decidió cruzar el At-
lántico para estudiar en la prestigiosa
escuela de Luis Irizar, en el País Vas-
co. Su paso por restaurantes como
887, Casa Urola o Aitana le dio una
base sólida que hoy se traduce en un
recetario respetuoso, bien ejecutado.
Ese sueño tomó forma al unir fuer-
zas con Diego Amigo, profesional de
la hospitalidad, empresario y funda-
dor de una marca de vinos enlatados
que apunta al público joven. Su visión
complementa la del cocinero: estrate-
gia, sensibilidad hacia el cliente y una
apuesta clara por proyectos con alma.
El equipo lo completa el chef Gerar-
do Méndez, que se incorpora tras su
paso por Her y por las cocinas de
Rosetta en Ciudad de México, para
sumar un estilo propio marcado por el
producto y el gusto por el detalle.
Un lugar pensado para to-
dos los días
Desde el nombre, Tribeca Bistró mar-
ca una hoja de ruta: reinterpretar la
cocina burguesa europea desde la
cercanía y la naturalidad. Su carta recu-
pera recetas tradicionales, ejecutadas
con rigor técnico y presentadas en sala
con un toque de frescura. El local respi-
ra esa dualidad: elegancia sin solemni-
dad, estética cuidada sin pretensiones,
mesas que invitan a la conversación y
un ambiente donde el murmullo es par-
te del encanto.
El restaurante ha apostado desde el pri-
mer día por un ticket medio contenido
y un menú del día sorprendentemen-
te competitivo para la zona. La carta
está pensada para compartir, con por-
ciones equilibradas y sugerencias que
funcionan igual de bien en una comida
rápida entre semana que en una cena
especial. Diego lo resume de forma
sencilla: «para dos, lo ideal son unos
cinco platos. Algo para picar, dos en-
trantes y un principal. A partir de ahí,
lo que el cuerpo pida».
El recetario europeo
como brújula
Tribeca Bistró ha querido reivindicar
un repertorio que, en plena vorágine
de modas culinarias, parecía olvida-
do. Su filosofía es clara: volver a los
clásicos, pero sin caer en la nostalgia.
Así, el lenguado meunière se termi-
na en sala con mantequilla avellana-
da y perejil; el steak tartar se pica al
momento y se aromatiza con un toque
ligero de chipotle; y los mejillones a la
marinera se sirven al estilo belga, acom-
pañados de patatas fritas. También bri-
llan el roast beef, con parmentier sedoso
y tres salsas, o la gran chuleta de cerdo
empanada, inspirada en la milanesa.
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