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Amagoya: una cocina al
borde del océano
En las costas de Japón pervive una
tradición milenaria: las ama, bu-
ceadoras que se sumergen en el
mar sin ayuda de botellas para re-
colectar marisco. Su modo de vida,
transmitido de madres a hijas, per-
siste en rincones de Toba y Shima,
en la prefectura de Mie. Allí se en-
cuentran las amagoya, cabañas de
madera donde las buceadoras se
reúnen a calentarse junto al fuego
y donde hoy, de forma controlada,
reciben a viajeros.
Quien entra en una amagoya pue-
de probar ostras, abulones o vieiras
asadas en brasas mientras las ama
cuentan historias de temporales, de
épocas de abundancia y de los
cambios que han visto en el mar.
Sus relatos hablan de disciplina,
de amaneceres que marcan la
jornada y de un oficio que exige
entender el océano como compa-
ñero y frontera.
La experiencia trasciende lo gastro-
nómico: es un encuentro con un pa-
trimonio humano vulnerable, donde
el mar deja de ser paisaje y se con-
vierte en memoria. En ese ambien-
te de brasas, madera y salitre, el
visitante descubre un Japón íntimo,
protector de sus oficios antiguos. Y
comprende que estas mujeres no
Mujer preparando el marisco en la amatoya Mariscadora, las sirenas japonesas
DESTINOS GASTRONÓMICOS
bucean solo para vivir, sino para
preservar un vínculo con el océa-
no que, pese al paso del tiempo,
sigue siendo profundamente au-
téntico
El país que se descubre
plato a plato
Explorar la gastronomía japonesa
es una forma de viajar que no nece-
sita grandes gestos. Desde los mer-
cados que despiertan al amanecer
hasta las cabañas de las ama junto
al mar, cada escenario habla del
vínculo profundo entre naturaleza,
tradición y comunidad. Japón ense-
ña que comer es, también, una ma-
nera de comprender un país. Para
el viajero, ese descubrimiento que-
da grabado en cada plato de otoño,
en cada bocado de producto fresco,
en cada conversación compartida
alrededor del fuego o del mostrador.
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