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No falta una bodega a la vista, con vinos de las
cuatro denominaciones aragonesas, y un rincón
junto a la entrada donde se expone el libro de re-
cetas y firmas del cincuentenario.
La decoración, lejos de la rigidez de otros locales
históricos, transmite cercanía. Las mesas se pre-
paran con sencillez y el servicio —dirigido hoy por
la segunda y tercera generación, Javier y Óscar
Navascués, Belén Arroyo, Elisa Júdez y Eli Na-
vascués— mantiene el trato directo y atento de los
días fundacionales. Aquí los camareros conocen a
la clientela de toda la vida, pero también dan la bien-
venida al viajero ocasional con el mismo respeto.
Cocina de raíz, producto
y temporada
La carta es una lección de fidelidad. Aquí no hay
experimentos de laboratorio ni juegos de autor:
todo se basa en la calidad del producto y el sa-
ber hacer heredado. La cocina sigue los pasos
de María Cruz, que vigilaba ollas y asados con
la misma dedicación con la que Lorenzo afinaba
su voz.
El ternasco de Aragón asado es, sin duda, el pla-
to estrella: paletilla dorada, piel crujiente, carne
melosa, acompañada de patatas a lo pobre. Se
sirve como lo haría una abuela en domingo, sin
más truco que el horno, la paciencia y el buen
cordero de la tierra.
RESTAURANTES PROBADOS
En La Rinconada de Lorenzo,
cada plato es un homenaje a la
cocina aragonesa: ternasco asa-
do, migas y borrajas llegan a la
mesa como si fueran tradición
viva servida en bandeja
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