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RESTAURANTE LA RINCONADA (Zaragoza)
La Rinconada de Lorenzo
Tradición viva de la cocina aragonesa en Zaragoza
Texto: Rosario Alonso - Fotografía: Jose A. Muñoz y La Rinconada de Lorenzo
En una ciudad en la que el tiempo se resiste
a dejar atrás las costumbres, La Rinconada
de Lorenzo representa la persistencia del
sabor auténtico, la memoria de un Aragón
que se sienta a la mesa sin prisas ni alardes. Ubicada
desde 1972 en la calle La Salle, junto a la plaza San
Francisco, este restaurante ha cruzado generaciones
y cambios de moda sin alterar el pulso tranquilo de su
cocina ni el eco de sus recuerdos.
Una historia de familia, jota y fogones
Todo comenzó en 1970, cuando Lorenzo Navas-
cués, cantante de jotas, hombre de carácter y de
verbo generoso, junto a su esposa María Cruz Ba-
día, abrió las puertas del primer local en Zaragoza.
El apellido Navascués está ligado en Aragón no sólo
a la música tradicional, sino a una manera de enten-
der la hospitalidad y la vida. Lorenzo, que cosechó
premios y aplausos en los escenarios, supo trasladar
la pasión de la jota —ese canto colectivo, alegre y
nostálgico— a los fogones y al trato con el cliente. La
idea era sencilla: hacer de su casa un refugio para la
cocina popular, con la misma entrega y precisión que
exige una buena copla aragonesa.
Dos años después, en 1972, la familia trasladó el
restaurante a la ubicación actual, una casa amplia,
luminosa, decorada con cerámicas de Muel, vigas
de madera y ventanales ojivales. El local pronto se
llenó de aromas conocidos y voces amigas: actores
de gira, políticos de paso, escritores y periodistas.
Entre las firmas ilustres del libro de visitas se cuen-
tan nombres como el de José Luis López Vázquez,
Concha Velasco, Carmen Sevilla o Gabriel García
Márquez, todos ellos seducidos por la sencillez y el
rigor de una cocina que no presume, pero conquista.
Salas con historia, ambiente de casa
Entrar en La Rinconada es recorrer un pequeño mu-
seo de la vida zaragozana. Las salas —espaciosas
pero cálidas, con bodegones, fotografías antiguas y
detalles de la jota— evocan reuniones familiares y
cenas de celebración. Destaca el salón principal,
luminoso y de techos altos, donde cuelgan recuer-
dos del fundador: pañuelos, castañuelas, retratos
en blanco y negro y algún que otro cartel de festiva-
les de jota. Hay otra sala más recogida, ideal para
comidas privadas, y pequeños reservados para en-
cuentros discretos.
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