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Los almendrones, leyendas rodantes
A través de la ventanilla del bus.
Nuestro conocimiento primario de la Habana es
a través de la ventanilla, hasta que caemos en la
cuenta de que había que “escaparse” del bus. Los
integrantes del viaje somos muchos, y la jornada
comienza con una ristra de autobuses, uno detrás
de otro, recogiendo sin prisa y con mucha pausa a
los pasajeros, distribuidos en diferentes hoteles de
la Habana. Y no es que, en todos, el conductor baile
con la recepcionista, pero qué si un pasajero se ha
dormido, que otro anda desayunando, y el siguiente
se ha equivocado de puerta.
Para cuando empezamos a movernos, el sol ame-
naza con esconderse tras el Malecón. Yo me entre-
tengo mirando los coco-móviles amarillos que hacen
las veces de taxi, los pintorescos “almendrones” y,
viendo pasar a la gente de todos los colores y rasgos
posibles. Cruza la calle una mujer de aspecto taíno,
le adelanta un chaval que bien podía ser andaluz,
anda ligero un moreno de ojos turquesas , a su lado
el mulato vestido de blanco haciendo alarde de su
santería, y en la otra esquina, un chino salido de la
Chinatown habanera, comprando ¡Maniiii!!!! a aquella
“Negra Tomasa” de enorme humanidad cuya voz ma-
nisera llena las calles de La Habana, mientras le gui-
ña el ojo al yuma rubio que pasa, provocándole con
una carcajada, qué en Cuba se ríen hasta durmiendo.
LA VENTANA DE MANENA
Una mujer con sombrero.
Se baila, y también se canta; si no que se lo di-
gan a la excelsa Celia Cruz, Compay Segundo
o a La Nueva Trova Cubana. Recuerdo con nos-
talgia cómo, hace años, cogía el vinilo de Silvio
Rodríguez y pinchando justo en “Una mujer con
sombrero, como un cuadro del viejo Chagall…”, la
escuchaba una y otra vez .
Y no dejemos al cine de lado. Vi hace poco “Re-
greso aItaca” con un magistral y maduro Jorge
Perrugoría; en la genial “Fresa y Chocolate” era
aún muy joven. Las conversaciones con sus ami-
gos en aquella azotea de cara al Malecón, plató
de la película, definen la Cuba de hoy, su deca-
dencia y su magnificencia que la pintan como una
ciudad única, misteriosa y bella sin la que no se
puede vivir, y en la que no se puede vivir. Se com-
prende, a las mil maravillas , al pasearla desde el
barrio de Miraflores, lleno de palacetes que, aun-
que en estado dudoso la mayoría, la creatividad
cubana ha transformado en paladares, gimnasios
de andar por casa, o talleres donde ingenian, a
lo Frankenstein, al famoso almendrón, con motor
Mercedes, asientos Ford, carrocería de un Cadi-
llac vintage y, pintado con los tonos más chillones
posibles para que no pase desapercibido.
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