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24 HORAS
Vista panorámica de la ciudad desde el río Tarn con sus dos puentes de entrada a la ciudad
brasseries y bares de vinos. Es el
momento de probar el foie gras, la
charcutería artesanal o los dulces
de manzana llamados croustades,
preparados con hojaldre fino y ar-
magnac. Algunos bares organizan
catas nocturnas con viticultores de
Gaillac. Son encuentros sencillos,
donde se conversa sin prisa, se
descubren variedades poco co-
nocidas —como el prunelart o el
duras— y se mantiene viva la rela-
ción entre tierra y copa.
Dormir en Albi es hacerlo en an-
tiguas casas de mercaderes o en
pequeños hoteles familiares que
conservan la arquitectura de la-
drillo y madera. La ciudad ofrece
alojamientos que parecen prolon-
gación de su historia, discretos y
acogedores, sin estridencias.
Albi se revela en 24 horas como
un lugar que no necesita competir
con otras ciudades francesas. Su
atractivo radica en la coherencia:
todo en ladrillo, todo vinculado a su
río, todo marcado por un pasado
que no se esconde. La monumen-
talidad de la catedral, la memoria
de Toulouse-Lautrec, los sabores
del Tarn y la calma del Tarn bas-
tan para comprender por qué la
UNESCO la reconoció como Patri-
monio Mundial.
Hay ciudades que se recorren
como un catálogo de monumen-
tos. Albi, en cambio, se contempla
como un fresco, en el que cada co-
lor y cada línea tienen un sentido.
Y ese es, quizá, su mayor secreto:
que aún guarda intacta la capaci-
dad de sorprender.
El mercado de Les Halles y foto inferior una de las calles del centro de la ciudad
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