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CUANDO VOLVÍ DE CUBA
El legendario Hotel
Nacional de Cuba nos
recibe entre historia
y glamour: llegamos
con botas llenas de
barro, pero un ron-
cito de bienvenida y
el ritmo sensual del
baile nos recordaron
que en La Habana la
elegancia siempre se
mezcla con la calidez
Navegando hacia Cayo Blanco
Ella, reacciona con elegancia; yo lucho por no sal-
tar al agua a recuperar el móvil. ¡Vamos a tomar un
whisky! dice, y mientras, se escucha a alguien co-
mentar: “las pirañas se están mandando What-
sApps”.
Hotel Nacional de Cuba; una
auténtica leyenda
La última velada habanera tiene como escenario el
grandioso, histórico, anecdótico, Hotel Nacional de
Cuba, enclavado entre el exclusivo barrio de El Ve-
dado y la Habana Vieja, con el Malecón y la Corrien-
te del Golfo de frente, dominando el panorama de La
Habana desde la loma de Taganana, nombre de ori-
gen guanche que le dieron sus emigrantes canarios.
No voy a ahorrar en detalles para contar lo que es
nuestra entrada en el hotel donde nos habían invi-
tado a una fiesta de etiqueta por todo lo alto. Lle-
gamos hechos un asco, literalmente, con ropa
de excursión, las botas llenas de barro y el pelo
apelmazado por el calor. Entramos en fila in-
dia con la cabeza agachada y la mirada en el
suelo, avergonzados de semejante aparición y,
nos excusamos diciendo la verdad; con la ex-
cursión del día a Viñales se nos echó el tiempo
encima, y no pudimos ducharnos y vestirnos
como requería la ocasión.
Ni que decir tiene que la bienvenida es cálida
y glamurosa. Enseguida nos ofrecen un roncito
de Havana Club Añejo Especial para empezar
a disfrutar del espectáculo de baile, colorido y
sensual; como solo se baila en Cuba.
Levanto por fin los ojos, y la copa, y mi-
rando al Malecón, al Atlántico, y al Morro,
brindo por la capital cubana.
El Hotel Nacional de Cuba
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