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LA RIOJA
Haro
La ciudad del vino
Decir Haro es decir vino. Ningún otro lugar,
condensa con tanta precisión, la esencia de
La Rioja como esta pequeña ciudad bañada
por el Ebro y rodeada de bodegas centena-
rias. Aquí, el vino no es un producto: es una
forma de vida. Sus calles empedradas, sus
plazas porticadas y sus barrios bodegueros
desprenden ese aroma a barrica que se
mezcla con el bullicio de las tabernas y la
conversación alegre de sus gentes.
Desde finales del siglo XIX, Haro se con-
virtió en epicentro de la modernización vi-
nícola. Su estación de tren facilitó la expor-
tación del vino hacia Francia en tiempos de
la filoxera, y a su alrededor se levantaron
bodegas que aún hoy son emblemas del
Rioja clásico: López de Heredia, La Rioja
Alta, Muga o CVNE. La llamada “Estación
Enológica” de Haro es, en sí misma, un
museo vivo de la arquitectura industrial vi-
nícola, con naves de piedra, ladrillo y hierro
donde el vino envejece bajo la mirada de
generaciones de bodegueros.
Cada junio, la ciudad celebra la célebre Ba-
talla del Vino, una fiesta tan popular como
ancestral. Miles de personas, vestidas de
blanco y con pañuelo rojo, suben al cerro
de San Felices para recrear una antigua ro-
mería que ha derivado en un ritual pagano
de alegría y camaradería.
Vista de la torre de la iglesia de Santo Tomás
Plaza de Ayuntamiento de Haro
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