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EL VALS QUE VIAJÓ AL ESPACIO
El Danubio Azul viaja al espacio
Texto: Redacción - Fotografía: Jose A. Muñoz y Javier Estrada Gutiérrez
Viena ha sido durante siglos la capital invisible de la música euro-
pea. Sus calles resuenan aún con el eco de valses, la memoria de
los salones dorados y la elegancia de una época que convirtió la
ciudad en una melodía perpetua. Si hay una obra que resume ese
espíritu, es “El Danubio Azul” de Johann Strauss hijo. Un vals que,
desde su estreno, no ha dejado de girar sobre sí mismo, enlazan-
do generaciones, fronteras y continentes, hasta convertirse en algo
más que una simple pieza musical: en la banda sonora oficiosa de
Austria y, por extensión, en un himno europeo.
Pero la historia que hoy nos ocupa no se desarrolla en la ribera del
Danubio, ni en un auditorio, sino en la inmensidad silenciosa del
espacio. Porque, por primera vez, la humanidad ha enviado al cos-
mos el vals de los valses, saldando una deuda antigua y abriendo
una nueva página en la historia cultural del planeta.
Un olvido cósmico
La escena es bien conocida: 1977, la NASA lanza las sondas Vo-
yager 1 y 2, cada una con un disco de oro a bordo. Dentro, una
selección de 27 piezas musicales escogidas para representar la di-
versidad de la vida y la cultura humana. Entre ellas, Bach, Beetho-
ven, Stravinski… pero, sorprendentemente, no Strauss. No hubo
Danubio Azul en ese mensaje interestelar, a pesar de que la música
de Strauss ya había viajado por el espacio en la imaginación de
millones de espectadores, gracias a “2001: Una odisea del espacio”
de Stanley Kubrick. Aquella ausencia, con el tiempo, se convirtió en
un símbolo: un error cósmico, un olvido inexplicable.
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