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sus enclaves más emblemáticos. Aunque la
composición química es similar, la roca madre
en Montilla suele ser más compacta y recibe
el nombre de antehojuela, mientras que la ver-
sión morilense es denominada barajuela, sien-
do más hojaldrada.
El efecto barrera de la Sierra de Grazalema,
que frena los vientos húmedos atlánticos, es
en gran medida responsable de la escasez
pluviométrica de Montilla-Moriles. Las lluvias
orográficas se concentran en esa sierra, y al
llegar a la Campiña cordobesa, las masas de
aire ya son más secas, lo que explica la menor
pluviometría en la zona (entre 500 y 1.000 mm
anuales). Esta distribución favorece algo más
a las zonas altas como la Sierra de Montilla o
Moriles Altos, mientras que las llanuras reciben
menos aporte hídrico. En este contexto, la ca-
pacidad de retención de humedad de la albari-
za se vuelve esencial para el desarrollo de la
vid durante los veranos secos.
Actualmente el territorio de la D.O.P. Monti-
lla-Moriles ocupa poco más de 4.000 hectáreas
de viñedo, repartidas entre lomas y vegas de
suelos calizos entre los 125 y los 600 metros
de altitud al sur de la provincia de Córdoba. Su
clima mediterráneo viene marcado por matices
continentales, dando lugar a veranos muy ca-
lurosos, inviernos suaves, escasas precipita-
ciones y una insolación que supera las 2.800
horas de sol al año. Estas condiciones hacen
posible alcanzar elevadas concentraciones de
azúcar sin necesidad de sobremaduraciones
extremas ni de recurrir a la fortificación en bo-
dega para la elaboración de los tradicionales
finos.
Si bien hace medio siglo las más de 27.000 ha
de viña creaban un hipnótico paisaje vitiviníco-
la, hoy la rentabilidad del Aceite de Oliva y la
bajada del consumo de vino a nivel mundial ha
empoderado a las almazaras locales y hecho
desaparecer a gran parte de los tradicionales
ENOTURISMO
lagares. En estas edificaciones, muchas veces próxi-
mas a las viñas, era donde tradicionalmente se elabo-
raban los vinos tranquilos antes de pasar a sus enveje-
cimientos en las bodegas, normalmente situadas en los
núcleos urbanos. En estas últimas es donde la magia
esculpía el vino hasta forjar delicados finos, complejos
amontillados, escurridizos palos cortados, opulentos
olorosos o sabrosos y eternos PX.
Hoy, estas bodegas custodian vinos legendarios, con
crianzas a veces estáticas (vinos de una única añada),
a veces dinámicas (mezcla de añadas pero con una
edad media mínima) pero siempre con historia y con-
centración a sus espaldas; ejemplares de más de 100
años pueden ser degustados si cuentas con el padrino
adecuado. En una bodega de Montilla‑Moriles, el vino
no solo envejece: aprende. Y lo hace a distintas veloci-
dades según su posición en el sistema de criaderas y
solera. Las botas situadas en las filas superiores, don-
de el vino es más joven, evolucionan más rápidamente
debido a una mayor exposición al aire, a temperaturas
más variables y a menor humedad. Allí, el vino fermenta
su carácter, gana viveza y se prepara para descender.
A medida que baja de nivel, la evolución se ralentiza:
las criaderas intermedias afinan el equilibrio, y en la so-
lera, la fila más baja, el vino se asienta y madura con
serenidad. Es allí donde alcanza su plenitud, tras haber
recorrido el ciclo completo del tiempo en bodega.
Pero donde estos vinos reposan, las nuevas tenden-
cias de consumo abren hueco para vinos más rápidos,
donde la concentración se pierde en pro de marcar
un origen. La viña gana protagonismo a través de los
vinos jóvenes. Recuperando las tradicionales tinajas
de barro y depósitos de hormigón, pero sin dejar de
lado el moderno acero inoxidable, las bodegas buscan
entender la identidad de sus viñas más icónicas como
la del Cerro Macho en la Sierra de Montilla o el Majue-
lo en Moriles Alto, dando lugar a sus característicos
Pedro Ximénez blancos frescos, especiados y salinos
Montilla-Moriles es una tierra donde cada vino narra
un paisaje, y cada copa guarda el eco de sol, suelo,
uva y tiempo.
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