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Lo primero que sorprende al visitante es lo
manejable que resulta la capital danesa. No
tiene rascacielos intimidantes ni un tráfico
imposible. Aquí las distancias se recorren
mejor sobre dos ruedas. Copenhague está pensada
para ciclistas: carriles amplios, semáforos adaptados y
una educación vial que haría llorar de envidia a más de
una capital europea. Alquilar una bicicleta es, además,
la mejor forma de integrarse en el paisaje urbano.
El centro histórico, Indre By, se recorre sin prisas.
En un paseo se puede pasar de la majestuosa Plaza
del Ayuntamiento a la animada calle peatonal Strø-
get, repleta de tiendas y cafés, y terminar en Nyhavn,
el puerto más fotografiado de Dinamarca. Sus casas
de fachadas coloridas, alineadas como fichas de do-
minó junto al canal, son la imagen que todo viajero
quiere llevarse a casa.
Entre cuentos y diseño
Si Copenhague tuviera que elegir un embajador cultu-
ral, sería Hans Christian Andersen. El autor de La sire-
nita vivió aquí gran parte de su vida, y su presencia se
deja sentir en placas conmemorativas, rutas literarias,
museos dedicados a su figura y, por supuesto, en la
estatua de bronce de la Sirenita, sentada en silencio
frente al mar. Es pequeña, sí, y siempre está rodeada
de turistas curiosos, pero forma parte inseparable de
la identidad de la ciudad.La capital danesa también es
un escaparate del diseño escandinavo.
El Palacio de Amalienborg, residencia de la familia
real, permite presenciar el cambio de guardia, un ri-
tual impecablemente cronometrado. A pocos pasos, la
Ópera de Copenhague, con arquitectura contemporá-
nea y acústica de primer nivel, recuerda que esta es
una ciudad que mira al futuro sin olvidar su historia.
Comer bien, comer con calma
El hygge también se sienta a la mesa. Copenhague
ha ganado fama como capital gastronómica gracias a
restaurantes de renombre como Noma, pero no hace
falta reservar con meses de antelación para comer
bien. La cocina danesa combina sencillez y producto
local, con platos como el smørrebrød, rebanada de
pan de centeno cubierta con arenques marinados,
roast beef con remoulade o gambas peladas.
VIAJES
Hay ciudades que parecen
pensadas para vivir deprisa
y otras que invitan a bajar
el ritmo. Copenhague perte-
nece, sin duda, al segundo
grupo. No es sólo cuestión
de bicicletas, canales y fa-
chadas de colores: es la for-
ma de entender la vida que
los daneses llaman hygge.
Una palabra difícil de traducir
—y aún más de pronunciar
sin parecer un turista— que
resume la felicidad de las
cosas sencillas: una charla
con amigos, un café calien-
te mientras llueve fuera, una
manta y buena compañía. En
Copenhague, el hygge no es
un lujo, es parte de la rutina.
Nyhavn, el puerto histórico del siglo XVII
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