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VIAJES
Entre fortalezas medievales,
mares helados y miles de islas,
Estonia se revela como un
destino de naturaleza intacta,
historia singular y cultura festiva
El mar Báltico se originó después de
la última glaciación tras permane-
cer bajo el hielo durante milenios
así como las tierras que forman su
litoral. Sin el peso de los hielos esos terre-
nos se elevaron lenta y progresivamente y
entre sus orillas fue surgiendo el territorio
de Estonia. Los glaciares menguaban per-
diendo capacidad de arrastre y muchas
grandes rocas que transportaban se que-
daron varadas. Repartidas al azar. Esos
bloques erráticos de varias toneladas ca-
racterizan Estonia y se localizan en medio
de bosques, junto a su costa o en las calles
de su capital.
Un catálogo de arquitectura
Tallín surgió como una fortaleza y después,
en el siglo XIII, prosperó al amparo de la
Liga Hanseática. De aquella época dorada
posee un precioso casco antiguo con una
plaza medieval auténtica donde sobresale
el ayuntamiento del siglo XV, además de
muchas calles y casas de entonces rodea-
das por una muralla repleta de torres. Pos-
teriormente, a mediados del siglo XVI, la
iglesia de san Olaf se convertiría en el edi-
ficio más alto del mundo durante 76 años
con una torre de 159 m. Era tan alta que
más que una referencia para los barcos
ejerció de pararrayos ardiendo en 1625,
ahora mide 124 m. Todo este patrimonio
fue reconocido por la UNESCO en 1997.
La ajetreada historia de la capital es muy
peculiar debido a su situación entre gran-
des imperios. Durante la época soviética
las barriadas de Telliskivi y Rotermann tu-
vieron gran importancia industrial, ferrovia-
ria y naval. Sin embargo ahora nos mues-
tran como aquellas antiguas factorías han
sido reconvertidas en viviendas, comercios
y restaurantes con estilo.
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