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En La Rioja, la gastronomía es una forma de narrar la
tierra. Cada plato —desde unas patatas a la riojana has-
ta un bacalao que huele a hogar— cuenta una historia
que pasa de padres a hijos, de tabernas a cocinas donde
aún manda el fuego lento. Es una cocina que respeta la
estacionalidad y celebra el producto: peras, pimientos,
quesos, embutidos, nueces, setas o carnes que hablan
del paisaje tanto como los viñedos. En torno a la mesa,
la región reivindica un modo de hacer que mantiene su
esencia en los pinchos de sus bares y en los restaurantes
reconocidos por Michelin, donde la tradición se actualiza
sin perder su raíz. Aquí, vino y gastronomía no son un
final, sino el principio de un viaje que invita a detenerse,
compartir y recordar el arte de las pequeñas cosas.
Sabores que nacen
del Ebro
La huerta riojana es una de las más generosas
del norte de España. A lo largo del Ebro y sus va-
lles crecen productos de sabor limpio y directo:
los pimientos rojos asados, dulces y fragantes;
las alcachofas tiernas de Calahorra; las borrajas,
humildes y delicadas; o los tomates que madu-
ran lentamente al sol, cargados de dulzor. Y si
hay una joya entre los frutales, esa es la Pera de
Rincón de Soto, con Denominación de Origen,
símbolo de una agricultura que aún respeta los
tiempos de la naturaleza.
DESTINOS GASTRONÓMICOS
Sabores de matanza
El chorizo riojano, con su pimentón, ajo y car-
ne de cerdo, es quizá el más conocido de los
embutidos de la región. Se cura lentamente,
colgado en bodegas o desvanes, hasta alcan-
zar ese aroma inconfundible que lo hace único.
Más singular aún es el embuchado de cordero:
una madeja de tripa enrollada y asada, con un
sabor potente que forma parte del tapeo clá-
sico de Logroño y de los pueblos del entorno.
Ambos productos cuentan la historia de una
tierra donde la cocina es artesanía, paciencia
y respeto por lo aprendido.
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