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GUATEMALA
En Izabal, la Finca El Paraíso ofrece un espectáculo in-
sólito: una cascada termal que cae sobre un río de agua
fría. El contraste crea una nube de vapor que envuelve al
visitante en una atmósfera mística. Muchos viajeros se
deslizan entre las cuevas tras el velo de agua o cubren su
piel con el barro mineral de las orillas, evocando antiguos
rituales mayas. Muy cerca, el Parque Nacional Río Dul-
ce, con sus manglares, cañones y la fortaleza colonial
de San Felipe de Lara, completa un recorrido en el que
historia y naturaleza se entrelazan.
Cada cascada guarda su propio carácter, pero todas
comparten un mismo poder: detener el tiempo. En Gua-
temala, el agua no solo fluye; también cuenta historias
de selva, montaña y pueblos que aún saben escucharla.
Ríos y lagos de ensueño
Ningún recorrido por el país estaría completo sin visitar
Semuc Champey, Monumento Natural y emblema de
Alta Verapaz. Este puente de piedra caliza oculta bajo
él al río Cahabón, formando un conjunto de pozas azul
turquesa que parecen irreales. A pesar de su fama, sigue
siendo un lugar de paz donde nadar, saltar desde corni-
sas naturales o dejarse llevar por el rumor del agua en-
tre paredes de piedra cubiertas de vegetación. Los más
aventureros descienden el río flotando en neumáticos o
se adentran en las cuevas de Kan’ba, un laberinto donde
el agua guía la exploración.
El Lago de Atitlán, rodeado por los volcanes San Pedro,
Atitlán y Tolimán, ofrece una calma distinta. Sus aguas
cristalinas invitan al kayak o al paddle surf al amanecer,
cuando el sol dora la superficie y el silencio lo envuelve
todo. En sus orillas, pueblos como Santiago Atitlán y San
Juan de La Laguna conservan vivas las tradiciones mayas.
Allí, entre talleres de tejidos naturales, cafés de altura y
mercados coloridos, se descubre la esencia de una Guate-
mala que vive al ritmo del lago.
Más al norte, en Huehuetenango, los cenotes de Cande-
laria revelan un mundo oculto entre la selva. Son pozas
de agua pura donde se puede nadar, hacer esnórquel o
disfrutar de un baño rodeado del canto de los pájaros tro-
picales. Pocos lugares resumen tan bien la serenidad de la
naturaleza guatemalteca.
Tesoros costeros que conquistan
el Pacífico
La costa pacífica de Guatemala es un universo aparte.
Frente al rumor constante del mar y el brillo oscuro de la
arena volcánica, este litoral muestra una faceta más cálida
y libre del país.
El pueblo surfista de El Paredón, en Escuintla, ha pasado
de ser una aldea pesquera anónima a convertirse en desti-
no internacional de surf. Sus olas consistentes, su ambiente
bohemio y sus proyectos de turismo sostenible lo han situa-
do en el mapa de los viajeros que buscan autenticidad. En-
tre cabañas de madera y palmeras, los instructores locales
imparten clases para todos los niveles. Al caer la tarde, el
horizonte se enciende con tonos cobrizos y los surfistas se
reúnen junto a las hogueras, compartiendo historias frente
al mar.
Más al sur, Monterrico conserva el alma natural del Pa-
cífico. Sus playas anchas y solitarias son refugio de miles
de tortugas marinas que cada año desovan entre julio y
diciembre. Cada sábado por la noche, viajeros y lugare-
ños se reúnen bajo la luna para liberar crías recién nacidas
Manglares de Santarosa
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