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Hablar de Guatemala es hablar del alma
del mundo maya, de una tierra que aún
conserva el pulso de sus antiguas civili-
zaciones entre volcanes, lagos y selvas
tropicales. Su historia se remonta a más de tres mil
años, cuando florecieron ciudades como Tikal, Yax-
há o Quiriguá, centros sagrados de astronomía, arte
y comercio. La llegada de los conquistadores espa-
ñoles en el siglo XVI marcó un mestizaje profundo
que dio origen a una identidad cultural única: un país
donde las lenguas mayas conviven con el castellano
y los mercados indígenas tiñen de color las plazas
coloniales.
Hoy Guatemala se abre al mundo con una mezcla
de tradición, naturaleza y autenticidad difícil de igua-
lar. Su patrimonio arqueológico, sus pueblos vivos
y sus paisajes exuberantes la sitúan entre los des-
tinos más atractivos de Centroamérica. En los últi-
mos años, su oferta turística ha crecido impulsada
por un visitante que busca experiencias genuinas y
sostenibles, con contacto directo con la comunidad
local. Destinos como Antigua Guatemala, Patrimonio
de la Humanidad, o el Lago de Atitlán, rodeado de
volcanes y aldeas artesanales, se han convertido en
iconos internacionales, mientras que su costa cari-
beña y las rutas por la selva del Petén ganan prota-
gonismo entre los viajeros que buscan autenticidad.
TURISMO DE AVENTURA
Desde los lagos turquesa de las tierras altas y los
ríos ocultos entre la selva, hasta las cascadas ter-
males y las playas de arena negra del Pacífico, Gua-
temala ofrece experiencias acuáticas que combinan
naturaleza, aventura y cultura viva.
Cascadas que hechizan los sentidos
Guatemala es un país de agua viva. En su geografía
volcánica, donde la montaña y la selva se funden,
las cascadas son templos naturales donde la be-
lleza y la fuerza del agua se expresan sin artificio.
En los bosques nubosos de Alta Verapaz, el Salto de
Chilascó se precipita desde casi 130 metros, entre
helechos, musgos y orquídeas. Considerada una de
las más altas de Centroamérica, atrae a senderis-
tas y observadores de aves. El vuelo del quetzal
—símbolo nacional y emblema de libertad— recom-
pensa la paciencia de quienes recorren los senderos
húmedos. Las comunidades cercanas, guardianas
del entorno, ofrecen rutas guiadas y productos loca-
les que promueven un turismo responsable.
Más al oriente, las cataratas de Los Amates, co-
nocidas como las Niágara guatemaltecas, invitan al
descanso y la contemplación. Sus pozas de color es-
meralda, ocultas entre árboles y rocas cubiertas de
musgo, son un refugio ideal para un baño tranquilo o
una jornada de picnic en plena naturaleza.
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