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los saludos entre puentes y el crujido de
las contraventanas al abrirse dibujan la ru-
tina de una ciudad que, pese a la llegada
constante de visitantes, mantiene un ritmo
doméstico.
Las antiguas residencias familiares, mu-
chas de las cuales hoy se pueden recorrer,
revelan cómo se organizaba la vida en este
entorno de canales. Los patios sucesivos
articulaban la casa según funciones preci-
sas: el primero para recibir, el segundo para
las tareas diarias y el tercero como espa-
cio íntimo. Las vigas de madera oscura, los
suelos de ladrillo cocido y los estanques
interiores no eran elementos decorativos,
sino soluciones prácticas para la ventilación,
el almacenamiento y la recogida de agua,
fundamental en una ciudad construida jun-
to al río. Detalles como las celosías talladas,
las piedras de acceso pulidas por el uso o los
pequeños altares domésticos explican mejor
que cualquier museo cómo era la vida tradi-
cional en el delta: sobria, funcional y atenta a
los gestos que hacían habitable un entorno de
agua y paso estrecho.
Una de las estancias para recibir a los huespedes
VIAJES
Vista del estanque y de algunas de las dependencias del jardín de Tuisi
Un recuerdo que permanece
Al abandonar Tongli, el viajero se lleva la
impresión de haber estado en un lugar
que no pretende impresionar, sino acom-
pañar. Su belleza nace de su ancestral
pasado: la relación con el agua, la conti-
nuidad de las casas tradicionales, la se-
renidad del Jardín Tuisi y el paso pausa-
do de los barqueros.
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