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TRIESTE
24 Horas
Trieste Cafés, Adriático y fronteras borrosas
Texto y fotografía: Diego Ruiz-Gil - diegorg45@hotmail.es
Trieste es, ante todo, una ciudad de fronteras. Durante siglos, ha sido punto de encuentro
y desencuentro entre Italia, el mundo eslavo y el antiguo Imperio Austrohúngaro. Su ubica-
ción, al borde del Adriático y a un paso de Eslovenia, le otorga un carácter abierto, cosmo-
polita y melancólico. Recorrer Trieste en un solo día es adentrarse en la memoria de una
Europa que fue, pero también descubrir el pulso de una ciudad viva, culta y sorprendente.
Despertar entre historia y café
La mañana en Trieste comienza temprano, como man-
dan los viejos rituales de puerto. Lo ideal es alojarse
en el centro histórico, cerca de la Piazza Unità d’Italia,
una de las plazas abiertas al mar más grandes de Eu-
ropa. Desde aquí se despliega la ciudad, con fachadas
neoclásicas y elegantes, muchas de ellas herederas de
la época de esplendor imperial.
El desayuno no se concibe sin café. Trieste presume de
una de las tradiciones cafeteras más sólidas del con-
tinente. El Caffè San Marco, inaugurado en 1914, es
un buen punto de partida. Aquí se sentaron a escribir y
debatir intelectuales como Italo Svevo y James Joyce.
La carta de cafés es extensa y precisa, y el ambiente
literario se respira en cada rincón, entre columnas de
madera oscura y periódicos locales. Un capuchino y un
brioche bastan para empezar el día con energía y cierto
aire de nostalgia centroeuropea.
Paseo entre palacios y canales
El primer paseo lleva al viajero por la Piazza Unità d’Ita-
lia, con su amplitud monumental y sus cafés centena-
rios. Aquí se alza el Ayuntamiento, con la vista puesta
en el mar, y alrededor las fachadas recuerdan a Viena,
Budapest o Praga. A pocos pasos, el Molo Audace
se adentra en el Adriático y ofrece una de las mejores
perspectivas de la ciudad, sobre todo cuando el sol em-
pieza a elevarse.
Desde allí, la ruta sigue hacia el barrio del Borgo Tere-
siano, cruzando el Canal Grande, un pequeño “vene-
ciano” donde se reflejan palacios decimonónicos y la
cúpula verde de la iglesia serbia ortodoxa de San Spi-
ridione. Las librerías y pastelerías invitan a detenerse.
Un café corto en alguna terraza y una visita rápida a la
iglesia bastan para apreciar la diversidad de credos y
culturas que laten en la ciudad.
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