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PLAYA DE LAS CATEDRALES
Playa de las Catedrales
Un templo de piedra frente al Cantábrico
Ribadeo
Texto: Rosario Alonso - Fotografía: Jose A. Muñoz
A orillas del Cantábrico, en el concejo lucense de Ribadeo, se abre un paisaje
que no parece obra ni del hombre ni del azar. La Playa de las Catedrales, o
Praia das Catedrais, es uno de esos rincones donde la tierra parece haber
intentado imitar al arte. Sus muros, arcos y bóvedas de piedra evocan la
solemnidad de una catedral gótica, pero aquí no hay vidrieras ni campanarios: solo
roca, mar, viento y un silencio que impone respeto.
También fue llamada Praia de Augas Santas, un nombre que alude a la sensación
casi litúrgica que se siente al contemplarla. Declarada Monumento Natural, es un
espectáculo arquitectónico natural, una maravilla geológica que sobrevive a una
puja constante entre el Cantábrico y la piedra, el tiempo y la marejada.
Fotos del famoso arco que da nombre a la playa
Un legado de millones de años
Más de 500 millones de años han molido estos
acantilados. Sedimentos de cuarcitas, pizarras y
esquistos se comprimieron en los fondos marinos
y, gracias a los movimientos tectónicos, fueron ele-
vados. Luego vino el mar, verdadero escultor in-
cansable. Olas, viento y sal han cincelado arcos de
hasta 30 metros de altura, columnas húmedas, gru-
tas y túneles que solo se revelan con la bajamar.
La playa se muestra en instantes: durante la plea-
mar queda sumergida, para luego revelarse en
cuanto el mar se retira y los pilares vuelven a abrir-
se. En esos momentos se puede caminar entre
columnas pétreas, tocar la piel salina de la roca,
adentrarse en pasillos rocosos donde la luz y el re-
flejo del agua crean una atmósfera recogida, casi
espiritual. No es solo contemplar; es pisar la histo-
ria del planeta.
Accesos, miradores y pasarelas
El camino hasta la playa exige cierta planificación.
A unos 10 km de Ribadeo, el lugar requiere reser-
va previa en temporada alta: Semana Santa, julio,
agosto y festivos. Se trata de una medida para re-
gular el flujo de visitantes y preservar el entorno.
Desde el acantilado, unas pasarelas de madera
descienden con elegancia hasta el arenal, siempre
en función de la marea.
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