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CASAS PATIO ANDALUZAS
Las casas patio
andaluzas
transforman la
geometría en
refugio: muros,
arcos y patios
junto con
plantas y agua
ordenan la
luz y el frescor
con maestría
ancestral
decenas de patios privados —muchos
en casas humildes del barrio de San
Basilio, del Alcázar Viejo o de Santa
Marina— abren sus puertas de par en
par para compartir con vecinos, viaje-
ros y curiosos una fiesta irrepetible de
color, fragancia y memoria colectiva.
El bullicio de la calle se desvanece
tras los muros y, al cruzar el zaguán,
uno se adentra en un universo aparte:
el del agua y la sombra, la cal, la reja,
el murmullo de las fuentes y las mace-
tas con flores..
Algunos de estos patios tienen más
de un siglo de historia, custodiados
por familias que han transmitido la tra-
dición de generación en generación;
otros han sido rescatados del olvido
y restaurados por manos pacientes
y cuidadosas. Pero todos conservan
algo en común: el cuidado casi obse-
sivo por las plantas, la cal, la reja, la
cerámica, el agua y los tiestos hasta
el más mínimo rincón.
En ellos se resume un modo de vida
que no es pasado: es un presente
activo, una forma de relación social y
cultural del barrio, una manifestación
de hospitalidad andaluza que tras-
ciende modas y épocas.
El patio como escenario
y refugio
En las casas andaluzas tradicionales,
el patio era mucho más que un simple
elemento arquitectónico o un recurso
estético. Era, y sigue siendo, un lugar
de sociabilidad, de encuentro y de
protección frente al clima. Allí se co-
cinaba, se lavaba, se jugaba, se vela-
ba a los muertos y se celebraban las
fiestas familiares y populares. Las ve-
cinas compartían sombra y secretos
al fresco, los niños correteaban entre
geranios y macetas, y la frescura del
pozo o del pilón se convertía en el
centro de la conversación estival, bajo
el rumor de los toldos o la parra.
Casas cortijo, con patios exteriores e interiores,
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