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LA RIOJA
La Rioja
El triángulo perfecto de vino, tierra y espiritualidad
Texto: Rosario Alonso - Fotografía: Jose A. Muñoz y Turismo de La Rioja
En La Rioja, el paisaje tiene olor a sarmiento, a pan recién hecho y a piedra antigua. Es una tie-
rra pequeña, pero de alma inmensa, que ha sabido hacer de su historia y de su vino una misma
palabra: identidad. Aquí, las iglesias guardan códices que dieron forma al castellano, las calles
conservan el rumor de los peregrinos medievales y las bodegas se extienden bajo tierra como
templos silenciosos. La Rioja no se visita: se recorre despacio, con la mirada y el paladar atentos,
dejándose envolver por una cultura que ha fermentado durante siglos, como su vino.
El vino no es una industria
en La Rioja; es su relato, su
raíz y su horizonte. Desde los
tiempos romanos, la vid ha
modelado su paisaje y su carácter. Los
monjes medievales perfeccionaron su
cultivo; los comerciantes del siglo XIX lo
elevaron a arte; y los enólogos actuales
lo han convertido en un símbolo de cali-
dad universal. La Denominación de Ori-
gen Calificada Rioja, la primera recono-
cida en España, abarca tres subzonas
—Alta, Alavesa y Oriental—, cada una
con su personalidad y su matiz, pero
unidas por la misma filosofía: el respeto
por la tierra y el tiempo.
Rioja Alta se define por su clima más
atlántico, influenciado por la Sierra de
Cantabria, determinando vinos con bue-
na acidez y potencial de envejecimiento.
Rioja Alavesa, situada en la zona más
occidental, de influencia atlántica y
suelos calcáreos, determina unos vi-
nos estructurados y elegantes, con
acidez y taninos.
Rioja Oriental o Baja, la más extensa
en territorio y la más cálida, nos brinda
esos vinos con más cuerpo y de fruta
más intensa.
Visitar una bodega riojana es una
experiencia casi litúrgica. Bajo los
suelos de piedra o entre muros de
vanguardia diseñados por arquitectos
como Frank Gehry, Santiago Calatra-
va o Zaha Hadid, el vino duerme en
silencio. Las barricas alineadas, las
luces tenues y el olor a madera con-
forman una atmósfera de recogimien-
to. El enólogo habla del vino como si
hablara de un ser vivo, con sus eta-
pas, su madurez y su destino.
El vino riojano, además, ha dado for-
ma a una estética. Su color rubí pro-
fundo, su brillo en la copa, su equili-
brio entre potencia y suavidad, son
también metáforas de una tierra que
ha aprendido a convivir con los con-
trastes: la montaña y el llano, el monje
y el campesino, la palabra y el vino.
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