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VIAJES
Rinocerontes blancos, se les quitan los cuernos para evitar la caza furtiva
Una mañana vimos una escena que me acompaña to-
davía: un elefante macho cruzando frente a nosotros,
en completo silencio, como si supiera que lo observá-
bamos y le diera igual. Era viejo, enorme y con mucha
dignidad nos miró. No hizo falta más. En otro momento
una pareja de guepardos caminaba tranquilamente al
lado de nuestro vehículo, al poco, se sentaron y posa-
ron para nuestro deleite. Esos son los instantes majes-
tuosos que justifican el viaje.
La sabana como hogar
A diferencia de otras zonas más turísticas de Sudáfri-
ca, como el parque Kruger, la región de KwaZulu-Na-
tal ofrece un contexto más íntimo, menos masificado.
Nambiti, en concreto, está libre de malaria, lo que per-
mite viajes familiares y estancias más relajadas. Su
situación, entre los Drakensberg y el valle de Ladysmi-
th, la convierte en una reserva con gran diversidad de
ecosistemas: pastizales, bosques, riberas, acantilados.
Todo cambia en unos kilómetros.
Aquí, uno no solo observa animales. Los vive. No es
raro que una manada de impalas o de cebras recorran
el jardín del lodge mientras uno cena, o que un rinoce-
ronte blanco pase al trote a escasos metros del coche.
La vida animal está en nuestro entorno, en la puerta de
la cabaña, a escasos metros del restaurante y a veces
en la propia terraza como queriendo llamar la atención
del visitante pero siempre a una distancia justa. Nambiti
no es un zoo abierto ni un parque temático: es naturale-
za real, donde las reglas las ponen los animales.
El pueblo zulú
Más allá del safari, KwaZulu-Natal ofrece una riqueza
cultural poderosa. Esta es la tierra del pueblo zulú, el
más numeroso del país, con una historia marcada por
la resistencia, la espiritualidad y el vínculo profundo
con la tierra. Muchos de los guías y trabajadores del
lodge son zulúes, y comparten con orgullo historias, le-
yendas, canciones. En las tardes tranquilas, con el sol
descendiendo entre los baobabs, escucharlos es como
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