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RIBADEO INDIANO
Ribadeo
indiano
La memoria hecha de piedra
Texto: Rosario Alonso - Fotografía: Jose A. Muñoz
En lo alto de la Mariña lucense, Ribadeo mira
al Cantábrico con una elegancia tranquila.
Puerto de mar y puerta de salida, fue duran-
te décadas el punto de partida de muchos
jóvenes gallegos que cruzaban el Atlántico
en busca de una vida mejor. La historia in-
diana de Ribadeo no se cuenta en gestas ni
fechas épicas, sino en regresos: en la deci-
sión íntima de volver y transformar lo propio.
Esas vueltas —algunas silenciosas, otras
triunfales— fueron dando forma a un patri-
monio único, que hoy convierte a Ribadeo
en uno de los conjuntos más singulares de
arquitectura indiana del norte peninsular.
Edififio indiano en la calle de San Roque
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Una villa abierta al mar y al mundo
Ribadeo, al noreste de Lugo, ha sido desde la
Edad Media un enclave comercial y marítimo cla-
ve. Su puerto facilitaba el comercio con Inglaterra
y Francia, y desde el siglo XVIII se convirtió en
punto de embarque para cientos de emigrantes.
América no era una idea: era un horizonte real.
Muchos ribadenses partieron hacia Cuba, Ar-
gentina, Uruguay o México. Algunos regresaron
enriquecidos, y con ellos trajeron algo más que
dinero: trajeron una forma nueva de mirar.
Ese regreso, que en otras villas gallegas fue más
contenido, aquí se tradujo en un impulso deci-
dido por renovar el paisaje urbano. El barrio de
San Roque, que conecta el casco histórico con
la zona alta de la villa, se transformó en esca-
parate de modernidad. Allí, los indianos constru-
yeron casas de alquiler y residencias familiares,
muchas rodeadas de jardines con palmeras, aca-
cias o camelias. No se trataba solo de edificar: se
trataba de dejar huella.
Un estilo ecléctico y lleno de
personalidad
La arquitectura indiana en Ribadeo no responde a
un estilo cerrado, sino a una suma de influencias:
colonial, modernista, afrancesada, centroeuro-
pea. Las fachadas mezclan piedra y estuco, las
cubiertas apuntan hacia tejados a dos aguas, y
muchas casas incluyen miradores acristalados,
torres circulares o balcones con ornamentación
vegetal. No faltan las rejas de hierro forjado, los
ventanales amplios y los colores claros, ajenos al
gris habitual del paisaje gallego, evocando siem-
pre la luz y la esperanza de ultramar.
Una de las casas más tempranas es la Casa de
Sela, de 1869, construida por un retornado que
había vivido en México. Su fachada sencilla y su
jardín con especies tropicales marcan una pauta:
la sobriedad formal combinada con el exotismo
vegetal. Más adelante, se levantarían mansiones
como la Casa del Óptico, con su singular to-
rre-mirador, o los inmuebles de Rodríguez Mu-
rias, pensados para el alquiler y decorados con
filigranas geométricas y detalles Art Déco.
El uso de nuevos materiales como el cemento
blanco, el vidrio a gran escala y elementos deco-
rativos de forja permitieron a los arquitectos intro-
ducir formas inéditas en la villa. En lugar de imitar
modelos foráneos, en Ribadeo se reinterpretaron
con personalidad, integrándolos en una topogra-
fía de cuestas suaves y brisa salina. El resultado
es un conjunto urbano armónico, coherente, pero
lleno de matices.